martes, 21 de abril de 2009

Falsedad

La falsedad es como un huracán, como una tormenta tropical, un terremoto o un tifón: todo lo pone patas arriba.
La falsedad se extendiende por donde quiera que va, es contagiosa, va de arriba a bajo y viceversa. No hace distinción de pobres o ricos, a todos atrae, seduce, engancha y enloquece.
Es lo común de las relaciones internacionales, sociales y, con más frecuencia cada día, las personales.
Se esconde tras la prudencia, la sabiduría y la generosidad, cubriéndose con la capa de la hipocresía, y teniendo como armas todos los pecados capitales.
En ella recalan reyes, obispos, ministros y gentes importantes; todos los pueblos la desean, sobretodo si son ricos y poderosos: ¡Qué bella se viste la falsedad!
La falsedad es como un agujero negro masivo, más negro que la sexualidad: se lo traga todo en cuanto se arrima, y se hace partícipe de su voraz apetito.
El hombre justo se aparta de la falsedad lo más que puede, no pudiendo evitar caer en cierta hipocresía, ¡tan difícil es no pringarse de ella!, pero con frecuencia es seducido por ella en múltiples ocasiones, aunque se tenga por sabio, instruido e irreprochable.
El veneno por el que caen muchos en la falsedad son las ideologías (de derechas o de izquierdas), los nacionalismos, las filosofías, las tradiciones, las reveldías, el borreguismo tibio y nauseabundo, las modas y sus negaciones...
¿Qué se escapa a la falsedad?

Cristo, luz del mundo, es la única verdad. Cristo nos muestra el camino: la humildad, la docilidad, el silencio y la bondad. Esa fue la vida de Jesús durante 30 años. Después, 3 años para iluminar, y finalmente 3 horas en la cruz, para pasmar y ser contemplado.
Cristo en la cruz, es escándalo y locura, pero además modelo. Es la nueva balanza de Dios, la que mide su Justicia, su Verdad.
Es una balanza rígida, inmutable, regada por la sangre del cordero, y abierta al mundo, abrazando, y prisionero en el inmenso dolor de la crucifixión hasta la muerte: muerte en el amor y por amor.
Cristo retorna en esas 3 horas a sus 30 años de silencio; es el resumen y conclusión de su vida: su testamento.
Todo lo que se aparta de su cruz es vanidad y nada más que vanidad, esto es, falsedad.
Los pueblos, las instituciones, los hombres, se fijan en aquel acto, aquel gesto, aquella palabra para justificarse en Cristo, pero sólo el silencio de Cristo (y sus siete palabras) justifica a todo hombre, cualquiera que sea su condición. ¡Qué difícil es seguir a tan buen señor!
Y así pues, todas las cosas de este mundo no son de Dios, son de los hombres, de sus pequeñeces, de sus miedos, cobardías, torpezas y boberías.
Sólo el Amor y la Misericordia de Dios, diluyen el inmenso cieno en el que vivimos.